lunes, 6 de abril de 2009

Tíbet, desde Lhasa hasta Kathmandú por la "autopista de la Amistad".

Llegamos a Lhasa desde Zhongdiang, en el sur de China. Para ello tuvimos que obtener, además del billete de avión, un permiso del gobierno chino para poder visitar el Tíbet. No fue difícil, sólo cuestión de dinero, pero lo más divertido fue que nunca vimos ese permiso. Quedamos con una chica responsable de la "agencia" donde lo habíamos obtenido, pero nos fue dando largas hasta que ya pasamos el control de policía para embarcar, y cuando se lo quisimos volver a pedir ya había desaparecido. Aún así, el vuelo fue impresionante. Sentados en los asientos de la izquierda (una chica nos dijo que era el mejor sitio para ver los paisajes) disfrutamos de unas vistas inolvidables al cruzar la cordillera del Himalaya, tan nevada en algunas partes como desértica y árida en otras.






Lhasa, invasión china y peregrinos tibetanos.
Una de las cosas que más sorprenden cuando llegas a Lhasa es que la mayoría de negocios y restaurantes, así como los funcionarios, son chinos. Y es que el gobierno ha hecho todo lo posible por evitar que los tibetanos sientan que están en un territorio independiente. Es curioso, porque al mismo tiempo la ciudad está llena de tibetanos que han peregrinado hasta la capital de su reino, para visitar lugares sagrados y de culto para ellos, como el templo de Jokhang o el Palacio del Potala (antigua sede del gobierno tibetano y residencia de invierno del Dalai Lama).






En el templo de Jokhang y en sus alrededores se puede sentir cómo viven la religión los tibetanos, las formas de expresarla que tienen: puedes encontrar gente cantando en grupo delante de las imágenes sagradas; muchos van con mantequilla de yak que van depositando en velas delante de las imágenes para que nunca dejen de arder; y es alucinante pasear por el "Barkhor", la kora alrededor del templo, que también se convierte en mercado, y ver cómo rezan.











Camino de Kathmandú, la autopista de la Amistad.
Decidimos ir hacia Nepal por carretera, sobre todo para ver algo más del Tíbet, ya que en teoría no se puede viajar solo y libremente por la región. Así que nos juntamos con otros viajeros y contratamos en Lhasa un coche con conductor. Luego nos daríamos cuenta de lo imprescindible que es el conductor, puesto que, además de hablar con la policía que estaba en los controles, sabía perfectamente qué camino seguir, sobre todo cuando la carretera se convertía en un mar de piedras o en un árido paisaje sin camino señalado.

Pasamos por varios pueblos donde dormimos, como Gyantse, Shigatse o Tingri, cada uno de ellos con la arquitectura típica de casa blancas coronadas por techos oscuros y con decoración de telas, con un ambiente muy relajado, algunos sin electricidad y con sitios precarios y fríos para dormir, pero con gente muy amable. En resumen, ibas paseando por estas ciudades, apenas encontrabas turistas, y todo daba una tremenda sensación de paz y tranquilidad.

Es posible visitar antiguas fortalezas en estas ciudades, y monasterios como el de Tashilhunpo, sede del "futuro lama".











Campamento base del Everest.
En el camino hicimos una parada en el campamento base del Everest. Ya habíamos visto durante los días previos inmensos paisajes con montañas y glaciares. Era Noviembre, y el campamento base estaba vacío, lo que le dio mayor espectacularidad a lo que vimos. Seguramente influye la literatura y el mito de esta montaña, pero ver esta maravilla del mundo desde el pequeño mirador natural y encima sin gente no tuvo precio, impresionante.







lunes, 30 de marzo de 2009

Chong'an, día de mercado.

Llegamos a la provincia de Guizhou gracias a la recomendación de una chica francesa estudiante de chino, y se lo agradeceremos siempre. En esta provincia nos divertimos muchísmo. Nos instalamos en Kaili, la ciudad más desarrollada aparte de la capital, y muy bien situada para poder hacer excursiones a los pueblos donde vivían las diferentes minorías étnicas, como los "miao" o los "dong", reconocibles por sus peinados y por sus vestimentas y bordados.Visitamos muchos pueblos recomendables: Xijiang, Nanhua, Leishan...







Respecto a la comida, de nuevo realmente buena, con muchos tipos de verdura. Encontramos también puestos en la calle de musulmanes con todo tipo de pinchos a la parrilla; probamos el típico "huoguo" de Sichuan, un wok lleno de aceite hirviendo y guindillas donde metías carne, pescado o verduras; y encontramos un pequeño restaurante con bancos en la calle propiedad de una familia encantadora donde cenamos varias veces, tanto por la comida como por el trato que nos dieron.






Y uno de los días más divertidos e interesantes fue cuando visitamos Chong'an el día que había mercado. Más que un mercado lo que había era una feria de pueblo, como debía ser en España hace muchos años, con la gente comprando alimentos, pero también divirtiéndose. Se podía comer en "restaurantes" improvisados en el terreno de los arrozales ( había entre otras cosas guiso de perro, como se ve en la foto),y podías apostar a juegos de dados (foto) o a dardos. Y también de repente la gente rodeó un arrozal seco, unos tipos con brazalete comenzaron a recoger dinero de los que apostaban, y nos encontramos con una lucha de toros, muy divertido.





viernes, 27 de marzo de 2009

La provincia de Qinghai, monasterios budistas y mezquitas.




En esta provincia comenzamos a ver la diversidad de China en cuanto a etnias y culturas. Esta región, que formaba parte antiguamente del imperio tibetano, hasta su anexión y separación del Tíbet por parte de los chinos, está poblada por musulmanes, budistas, mongoles, chinos,etc...
Es una zona bastante montañosa y fría, pero te da la oportunidad de disfrutar de excelentes paisajes naturales. Aquí nace el gran río Amarillo, está el mayor lago de China y al mismo tiempo hay una zona de paisaje desértico. Se puede contemplar lo que es la "meseta tibetana", un paisaje que después veremos en el Tíbet. Hay una película que podría haberse rodado en estas tierras: "Mountain patrol", muy recomendable.




Fue muy interesante visitar pueblos tan diferentes: mayoritariamente musulmanes como Xunhua, enclavado en un árido paisaje montañoso, con una gran mezquita de estilo chino,y la cocina también basada en el cordero y con sabrosos dulces y galletas. Aquí pudimos visitar también la reserva natural de Mengda, a la que se llega tras seguir el curso del río Amarillo, imponente, y que nos regaló una bonita y cansada caminata llena de vegetación; y una subida al "Estanque celestial", sagrado para musulmanes y budistas, y con un kilómetro de escalones para llegar hasta el mismo.





Qinghai también tiene varios monasterios budistas que no hay que perderse, que son los de Ta'er si y Xiahe, y el de Wutong en Tongren.
Ta'er si es uno de los seis grandes monasterios de la secta budista del Gorro Amarillo, y fue alucinante para nosotros poder pasear, ver e intercambiar saludos y risas con los monjes. Pudimos entrar en uno de los templos mientras estaban rezando, y no tiene precio poder estar allí, cerrar los ojos y escuchar el canto de estos monjes.





En los alrededores del monasterio se sitúa la "kora", un recorrido en el sentido de las agujas del reloj que hacen los tibetanos alrededor de los lugares sagrados. Se puede ver la forma de orar de los peregrinos, los molinillos y los rezos tibetanos por todo el recorrido.




El monasterio de Labrang de Xiahe es otro de esos seis grandes monasterios, y es el que está mayor poblado. Aquí se ven más peregrinos y la vida es mayor. Es un pueblo asentado en un precioso valle, y hay bonitos paseos por los alrededores. Es importante también que se puede probar la comida tibetana, como el yak (mantequilla, leche, carne...).






Y, por último, está Tongren. Un pequeño pueblo lleno de tiendas y mercados para la gente de los alrededores, que parece venir a comprar provisiones para el frío invierno. Hay una mezcla de gente con rasgos mongoles, tibetanos y chinos. Y se puede hacer una visita a los templos de los alrdedores, donde hay monjes especializados en pintar los "thangkas", las pinturas que sirven para la meditación, con gran colorido y detalles, todos pintados a mano con un largo trabajo. Estuvimos en la habitación de un monje, nos invitó a pasar y a compartir con él un poco de té y de pan duro, y nos enseñó sus pinturas. Nos contó, por ejemplo, que tardaba unos tres meses en hacer una, con pequeños pinceles para todos los detalles del cuadro.